Para muchos artistas, el arte abstracto y el arte informal son fases que se suceden a experiencias poco satisfactorias en el marco del arte figurativo, una suerte de momento iniciático que abre el camino hacia la experimentación, hacia el descubrimento de nuevas sugestiones y nuevos materiales pictóricos. La historia del arte mundial está llena de estos ejemplos. Para quedarnos en ámbito italiano: Afro, Fontana, Tancredi, Scanavino, Vedova, Burri, Capogrossi, sólo por citar ejemplos emblemáticos, y muchos otros se podrían nombrar pertenecientes no sólo a la pintura sino a otros ámbitos de las artes plásticas, como la escultura.
Esta premisa es necesaria para presentar correctamente la obra de Melchiorre Napolitano, pintor de formación rigurosamente académica (es además arquitecto) que sigue con coherencia su propio camino en una permanente búsqueda de la expresión más acorde a los contenidos que desea comunicar. La pregunta que suscita en quien admira su obra, desde hace años y en distintas partes del mundo, es si Napolitano puede ser considerado un artista puramente informal. Si bien es cierto que del arte informal toma el rechazo de las imágenes estereotipadas, plastificadas, de uso consumista -muestrario equívoco entre glamour y trash- así como aborrece la iconografìa publicitaria, el puro entretenimiento edonista, aun en sus expresiones más refinadas y cultas.
Aparentemente pues su pintura se vincula al abstractismo, al arte no-formal, pero las superficies de sus cuadros, demarcadas por alternancias cromáticas que separan espacios, evocan cielos, mares, montañas y paisajes en general. Con un estilo que se interroga sobre sí mismo, mirando más allá de los límites tangibles, reviviendo el extrañamiento contenido en esas atmósferas suspendidas, en permanente dialéctica, sutil pero visible, enfatizada por la textura de sus obras, con fuertes relieves de grumos de color sobre los cuales la luz se refleja y se disgrega. En su mundo casi lunar no hay rastro de presencia humana; solo tierra, o mejor tierras de los más variados colores.
En este mundo que se debate entre globalización e intercultura, Napolitano ancla su labor de artista, intencional y deliberadamente, en un paisaje -el siciliano- que lo rodea y que conoce desde siempre, sin dejarse seducir por fáciles modas o tendencias obsoletas. Su constante referencia a la naturalèza así como el uso de un intenso cromatismo, le dan a su abstractismo una condición bastante peculiar, haciendo que sea no sea dei todo abstracto, en un lugar de contigüidad marginal que merecería un estudio más atento si se quisiera hacer un análisis a mayor escala.
Por esta razón la pintura de Napolitano debe, antes que nada mirarse, después puede ser analizada y gozada a pleno. Se trata de un encuentro obligado para los amantes del arte, que sabrán apreciar las soluciones estéticas de este artista, a veces drásticas y extremas, pero siempre correctas y honestas.